“Plena de penes, plena de penes m´adormo i encara mes penes m´aixeco…”, suena la voz de Lidia Pujol, le sigue Mayte Martín en portugués y, por fin, la voz de Dulce Pontes empastando a las otras dos. Una tras otra, van desgranando esta obra maestra de Amália Rodrigues. Me fascinan estas tres voces y estoy segura de que, si existieran los ángeles, saldrían huyendo, verdes de envidia. Escuchando la letra de esta canción, que más bien intuyo, pienso en todas esas lágrimas que se me han quedado dentro, que no han encontrado el modo de salir.
Ni de pena ni de alegría.
“Eu digo que nau te quero, e de noite, de noite sonho contigo”, canta la Mayte en un delicioso portugués. Me transporto a Lisboa, a un lugar en el que los fados impregnan las paredes para hacernos llorar unas lágrimas que nunca me brotaron. Como siempre, se resistieron, acomodándose dentro con miles de lágrimas que debería haber derramado y que, tercas, se empeñan en hacerme compañía de por vida, sin que nadie las vea nunca, para que solo yo sepa que existen.
“Si yo supiera que, si muero, me llorarías, por una lágrima tuya, qué alegría, me dejaría matar”, como si se dirigiera a mí y siento que esta canción me acusa, me recrimina y, al final, trata de salvarme.
“Por uma lágrima, por uma lágrima tua, que alegría, me deixaría matar”. Terminan las tres a coro, arrojando al aire, con una maestría y un arte inigualables, uno de los versos más intensos e inquietantes que he escuchado jamás.
Una lágrima, solo una, alguien con alma de genio, me hace vibrar hasta el último poro de mi cuerpo.
Pero no lloro.