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El_alma_profunda_y_oscura_septiembre

Una playa cualquiera a orillas del Mediterráneo, en la hora mágica del atardecer, en ese paréntesis entre la caída del sol y la caída de la noche: ahí se encuentra Valentina. Tiene quince años. Recuerda los versos de Serrat que escuchaba su madre: «a fuerza de desventuras, tu alma es profunda y oscura». Se lo canta bajito al mar, porque lo intuye harto de tanta porquería. El calor ha apretado con fuerza y la playa, a pesar de la hora, continúa llena de bañistas y veraneantes que se resisten a abandonar el único lugar en el que se puede respirar.

Pero el que ya no respira es Mediterráneo. Durante semanas ha soportado que le tiraran plásticos, gasolina, orines, aceites de motos, pastosas cremas solares y todo tipo de basura y suciedad. No puede más. 

De pronto, una gran ola se acerca a la playa, la remonta, la cubre entera y arremete con todo. Se traga las sombrillas, las hamacas, los cubos de plástico, las toallas, las cremas y las chancletas de goma. Cuando la ola se retira, la playa ha quedado limpia, la arena ha recuperado su color, el aire huele a sal. Solo quedan las personas mayores y pequeñas —Mediterráneo no se ha tragado a nadie— que, atónitas, contemplan el «barrido». Algunas, las gentes del pueblo, recuerdan que así de preciosa era esa playa antes de la invasión. Se hace el silencio. Solo se escucha el sosegado murmullo del agua yendo y viniendo.  Valentina vuelve a pensar en los versos de Serrat. «Y te acercas y te vas después de besar mi aldea».

A la mañana siguiente, la playa aparece de nuevo invadida por todas las cosas que Mediterráneo se tragó: las ha vomitado. Nada sirve, todo está roto, inservible, arruinado. Las máquinas limpiadoras lo arrastran hasta el vertedero. Ese mismo día, el Ayuntamiento del pueblo publica un bando: «Prohibido llevar a la playa enser alguno. El mar se está vengando y se lo lleva todo. Lo destruye y después lo devuelve para que lo tiremos a la basura. Con esta ya van diez playas en las que ha ocurrido lo mismo. Y sigue».

Valentina ha bajado a la playa temprano. Las máquinas se acaban de retirar. La arena brilla. El azul luminoso de Mediterráneo se extiende hasta el infinito y más allá. Está sola. Se acerca a la orilla y comienza a susurrarle al mar: «Mediterráneo, escucha, tú también llegas a una orilla lejos de aquí. En aquellas playas no hay sombrillas ni toallas, allí caen bombas, drones y misiles. ¿No podrías eliminarlos, desactivarlos con tu fuerza?»

Una ola suave se acerca lentamente hasta Valentina —«Que en la piel tengo el sabor amargo del llanto eterno», sobrevuela la voz de Serrat— y le moja los pies con delicadeza.

Ella lo entiende como un sí. 

@ElenaLaseca

Ilustración (acuarela):  Mercedes de Echave

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