El pasado 17 de septiembre tuve el honor de formar parte del jurado de la 41ª edición del Certamen Picarral Literario, celebrado bajo el lema “Letras de barrio”. Una cita ya imprescindible en Zaragoza, organizada por la Asociación Vecinal Picarral Salvador Allende, que demuestra año tras año cómo la literatura sigue siendo un espacio de encuentro, memoria y comunidad.
En sus cuarenta primeras ediciones, el certamen fue impulsado con enorme entusiasmo por la Comisión de Mujeres de la asociación, y en esta ocasión ha tomado el relevo la Comisión de Cultura, garantizando así la continuidad de una tradición literaria que ha sabido renovarse sin perder sus raíces.
Compartí jurado con la también escritora Begoña Garrido y con Karol Conti, librera de El Gato de Cheshire. Juntas valoramos las obras presentadas, descubriendo voces nuevas, relatos llenos de imaginación y miradas profundamente arraigadas en la vida cotidiana y en la fuerza de lo colectivo.
El primer premio recayó en Carmen Bada Pinos, por su relato En mi edificio, una historia que supo captar la esencia de esas pequeñas realidades compartidas que tejen la vida en comunidad. El segundo premio fue para Claudia Arilla Artiaga con Querido tú, y el tercero para Pedro P. Júlvez Serrano, con Bajo el mismo cielo.
Además, se otorgaron tres menciones a Pedro E. Espitia Zambrano (Último aliento de Terra 2999), José A. Álvarez Robles (Error Z40) y María José Gómez Cajal (Letras que hacen barrio).
Felicidades.
Más allá de los premios, lo valioso del certamen es comprobar cómo la palabra escrita sigue siendo un lugar de resistencia, de diálogo y de identidad para el barrio y para la ciudad. En tiempos de prisas, detenerse a escribir y a leer lo que nos rodea es también una manera de cuidar la memoria y proyectar futuro.
Volver al Picarral, esta vez como jurado, ha sido para mí un regalo. Porque cuando la literatura se mezcla con la vida vecinal, con la cercanía y con la voz de quienes habitan los barrios, lo que se escribe y se comparte cobra un sentido aún más hondo.