DE LA CRUZ, Aixa, Todo empieza con la sangre, Alfaguara
Hace unos días que emiten por televisión un anuncio, creo que de un coche o algo así (lo que se anuncia es irrelevante en este momento). El producto en cuestión lo anuncia una famosa futbolista a la que admiro. Viene a decir que cuando lograba de niña jugar al deporte que le apasionaba, notaba que le faltaba algo y, según iba consiguiendo éxitos, títulos y reconocimiento, le seguía faltando algo. Incluso cuando fue considerada la mejor del mundo, no le bastó, quiso volver a serlo de nuevo. Supongo que el mensaje es no dejar nunca de perseguir los sueños, pero yo, cada vez que lo veo, me viene a la mente esta palabra: insatisfacción.
Esto viene a propósito de la novela de Aixa de la Cruz, «Todo empieza con la sangre». A Violeta, la protagonista de la historia, le ocurre lo mismo: le falta algo. En esta novela está encerrada toda una generación. Esa insatisfacción por no saber cómo moverse en terrenos resbaladizos: la figura de una madre asfixiante, el amor incondicional, la fidelidad, la pareja abierta, el trío, la homosexualidad, el lesbianismo…
Desde su más tierna infancia, Violeta comienza en un punto al que se agarra con fuerza y desde el que va trazando un círculo por el que transita pretendiendo saciar ese hueco inexplicable que no consigue colmar. Y en el trazado del círculo va ensayando distintas formas de amor, desamor, renuncia y abandono. A la desesperada, rompe con todo para centrarse en el amor a Dios, sin ser consciente de lo baldía que puede resultar semejante empresa. Al final, el círculo se cierra, de forma sorprendente. Ha caminado una vida entera dando vueltas en círculo para buscar en otros lo que siempre tenía delante: ella misma.
La historia, con la sangre latiendo en cada línea, está narrada de forma inteligente y hermosa. Aixa de la Cruz nos introduce con maestría en todos los pensamientos, las sensaciones, las emociones, las dudas, las obsesiones y el cuerpo mismo de Violeta. Al final, acabamos conociendo y queriendo a esta mujer como si fuera nuestra amiga íntima, nuestra hermana o nuestra amante.
Una preciosa novela que merece la pena leer y que me confirma la inmensa capacidad narrativa y el estilo fresco y ágil de esta espléndida escritora a la que ya admiré cuando leí «Las herederas».
@ElenaLaseca

