Las mujeres moldavas son las más guapas del mundo, afirmó alguien. Sofía lo era. Pero sus ojos de un verde claro, casi transparente, rasgados y preciosos, solo sabían lanzar miradas tristes. Apenas sonreía, una niña seria desde que nació. Guapa, con una hermosura fuera de lo común, pero esquiva. Y triste. Vivía en una aldea, en la región de Codru, rodeada de viñas ajenas. Su familia era pobre. Su padre trabajaba para los dueños de las viñas y las bodegas. Muchas horas y poco salario. Sofía creció añorando vivir en la gran casa que se divisaba desde su ventana. La de los dueños de los viñedos.
Su amiga Alexandra y ella comenzaron a hacer planes para salir de aquella aldea cuando apenas tenían trece años. A los quince, Alexandra se hizo con un móvil regalo de su hermano mayor. Tenía conexión a internet y todas las tardes las dedicaban a curiosear y navegar por la red. Un anuncio les llamó la atención. Se buscaban chicas que hubieran cumplido los dieciséis años para trabajar en España. El trabajo era de camarera en un bar elegante de la ciudad de Barcelona, en España. En la foto aparecía un lugar distinguido, con aspecto de recibir a clientes de poder adquisitivo alto. El sueldo que prometía el anuncio significaba un sueño para las dos chicas. A las interesadas les enviarían los billetes de avión para viajar desde Moldavia a España. Alexandra se entusiasmó.
—Pero —dudaba Sofía—España está muy lejos, ¿no?
—Y qué, mejor, así no nos encontrarán. Además, nos pagan el viaje. ¿Es que no quieres salir de esta mierda de vida? —añadió.
Sofía ya había cumplido los dieciséis. A Alexandra le faltaba un mes que emplearon para sacarse los pasaportes con mentiras, disimulos y firmas falsificadas. Al hermano de Alexandra —el mismo que le había regalado el móvil— lo convencieron para que las llevase algunos días a la capital con la excusa de comprar regalos de Navidad. Una tarde ya no acudieron a la cita con el hermano para volver a la aldea. Se habían escapado. En avión. Con los billetes recibidos de la agencia de contratación del anuncio. Rumbo a Barcelona, España.
Veinte años después, el sargento de la Guardia Civil que se ha hecho pasar por cliente en el prostíbulo —disfrazado de bar de copas elegante y distinguido— en el que trabaja Sofía, asiste atónito y con asco al relato que ella le cuenta una vez que se ha convencido, después de varias tardes en las que no le ha tocado ni un pelo, de que es verdad que puede salvarla.
—Pero de la que no sé nada es de mi amiga Alexandra —le explica llorando—. Al poco de llegar aquí, la trasladaron y no la he visto más.
Sofía tiene treinta y seis años, pero aparenta más de cincuenta. «Muchos clientes dicen que ya estoy vieja», dice con pena. Sin embargo, tras un rostro en el que asoman arrugas en las comisuras de los labios y ha desaparecido el brillo de los ojos, se adivina aquella recóndita belleza. Llora. Ha sufrido tanto que le cuesta encontrar las palabras para explicarlo. Ha intentado escapar un millón de veces, relata, pero siempre la han pillado. Le quitaron el pasaporte. Se lo darían cuando les pagase los gastos del viaje y la manutención del primer año. Nunca se lo devolvieron. Ni a ella ni a ninguna de sus compañeras. Y aunque pudiera escaparse, se lamenta, ¿adónde iría? El llanto no cesa mientras narra con mucho esfuerzo la experiencia de vivir en el infierno.
Dos semanas después, una redada libera a siete chicas, todas de países del Este. Sofía se encuentra entre ellas. Detienen a los proxenetas y cierran el local.
Se enfrentan a un futuro incierto. «Somos libres», declara una compañera de Sofía, la única capaz de articular palabras. Sin embargo, Sofía solo piensa en que le han destrozado la vida y jamás se recuperará. Aunque hayan salido del infierno. Y, de pronto, a través de la ventanilla del coche que las lleva a una casa de acogida en el campo, cerca de Pujalt, contempla el final del otoño. Respira hondo. Ha vivido veinte años sin ver un árbol. «Qué bonitos esos frutos rojos», murmura. Las lágrimas se le precipitan por las mejillas. Llora y sonríe a la vez.
¿Qué habrá sido de su amiga Alexandra?
@ElenaLaseca
Ilustración (acuarela): Mercedes de Echave
(Relato escrito a partir de la ilustración).