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Presentación Llámame Pingüina en Calatorao (1)

Hay lugares donde las palabras se asientan con una serenidad distinta. En Calatorao, una tarde de otoño, la literatura se volvió conversación, afecto y memoria compartida.

El encuentro con el Club de Lectores de la Biblioteca Municipal fue mucho más que una presentación de Llámame pingüina: fue un diálogo en el que los personajes cobraron nueva vida a través de las voces de quienes los habían leído. Entre preguntas y confidencias, descubrí otra mirada sobre mi propia novela, esa que solo nace cuando los libros encuentran a sus lectores.

 La coordinadora del Club de Lectores Gloria García Uriol abrió el acto con palabras que aún resuenan: su lectura atenta y cálida supo iluminar lo que a veces una autora escribe sin ser del todo consciente. Me acompañó también Fernando Carnicero, con quien compartí la emoción de hablar de literatura desde lo que verdaderamente importa: lo humano, lo que nos toca, lo que nos duele y, a la vez, nos sostiene.

El Ayuntamiento de Calatorao, con su alcalde David Felipe y la teniente de alcalde Ahinoa Blasco, quiso sumarse a esta cita con los libros, recordándonos que la cultura también se teje desde lo cercano, desde esos espacios donde una comunidad se reconoce.

Y al final, el gesto que convierte una tarde en recuerdo: el detalle en piedra de Calatorao que me entregaron los lectores. Un trozo de tierra transformado en símbolo. Lo tengo conmigo, y cuando lo miro pienso que quizá escribir también sea eso: dejar una huella, construir algo que permanezca más allá del instante.

Llámame pingüina sigue su camino, y con cada encuentro entiendo un poco más a su protagonista, esa mujer que se atreve a zambullirse en su propia vida sin perder la ternura. En Calatorao, entre lecturas y afectos, sentí que las historias —cuando se comparten— también saben volar.

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