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relato_enero25

—Mira —señala la mujer—, esa era mi casa. Yo lo tenía todo limpio y arreglado. No sé cómo estará ahora.

—Ahí vivía yo —señala el hombre un rato después—. En esa casa fui feliz durante un tiempo. 

El autobús continúa impasible, dejando atrás las dos casas, la de la mujer primero, la del hombre después, como si no tuviera alma ni piedad por esos dos seres que solo tenían la oportunidad de ver sus casas a través de la ventanilla del autobús, en una ráfaga, sin lugar a deleitarse en sus buenos tiempos.

¿A dónde iban?

Lucía agudizó el oído. Giró la cabeza hacia la ventanilla para disimular que estaba pendiente de la conversación de estas dos personas que habían subido en la misma parada que ella. La mañana estaba azul y blanca. Las nubes iban y venían, dudando si quedarse a tapar el sol o marcharse lejos, no incomodar. Lucía no dejaba de escuchar la conversación mientras seguía a las nubes con la mirada. 

—A mí me gustaba limpiar y bañar a mis hijos —continuaba la mujer—. Y bajar a comprar al tendero de la esquina. ¿Te has fijado en la tienda de comestibles? De toda la vida, las que me gustan.

—Yo cuidaba de mi gato y hasta dormía con él. ¿Qué habrá sido de él?

En realidad, pensaba Lucía, eso no era un diálogo. El uno hablaba de lo suyo, la otra soltaba las frases como para sí misma. Él tenía los ojos de un azul tan transparente que parecía se le iban a quebrar. La cara de ella mostraba muchas más arrugas de la edad que aparentaba. Los dos bastante desaliñados, pero no exactamente sucios. El pelo bien peinado, con algunas canas —más él que ella—, pero estropeado, las puntas abiertas. Algunos claros en el de él. Una coleta sujetando el de ella. El tono de nostalgia debía de ser por las casas perdidas, en las que habían vivido, en las que ya no vivían.

¿A dónde iban?  

Comenzó a subir mucha gente al autobús. A Lucía se le escapaba el sonido de sus voces. Dejó su asiento y se aproximó a la puerta, como si fuera a bajar en la siguiente parada. Desde allí los escuchaba bien. La conversación de aquella extraña pareja continuó al ritmo del autobús. En las paradas se callaban, al inicio de la marcha regresaban las palabras, en los frenazos hacían una pequeña pausa.

—¿Seguro que nos acogerán? —preguntó él de pronto mirándola con angustia.

—Claro que sí —contestó ella muy segura—. Son amigos míos.

De lo que había escuchado, Lucía sacó conclusiones: se habían escapado de un centro de desintoxicación —recordó que había uno cerca de la parada del bus donde los encontró—. Allí se habían conocido y planeado la huida. A ella la habían internado después de una crisis que casi acaba con su vida. El marido se había separado llevándose a los hijos con él por orden del juez. A él lo había echado su hermano de casa, quedándose con su gato. Otra crisis. Con las frases a medias Lucía había conseguido el relato completo.

¿A dónde iban?

Se bajaron en la última parada. Lucía los siguió a una distancia prudente. Nada más girar la primera esquina vio adónde se dirigían. Y sonrió. Era la casa de los ocupas que desde hacía meses querían echar del barrio. 

Ya sabía dónde iban.

—Aquí te ayudarán a recuperar tu gato —le iba diciendo ella— y a mí a mis hijos.

Las casas no les importaban.

@ElenaLaseca

Ilustración (acuarela):  Mercedes de Echave

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