Madre e Hija (detalle del cuadro Las Tres Edades de la Mujer), c.1905 Obra del gran Gustav Klimt.
He sido contraria, incluso beligerante frente a este concepto absurdo de «el día de la madre» , «el día del padre» y todos los «días» habidos y por haber que la insaciable sociedad capitalista nos hace tragar año tras año como si en realidad fuera cosa nuestra, como si el hecho de celebrarlo le diera más valor y sentido a ser padre, madre, sensibles con los que padecen SIDA o cáncer, con la protección del medio ambiente y cientos de cosas más que ahora mismo me da una tremenda pereza recordar.
He sido contraria, decía, e incluso beligerante hasta que ayer por la mañana, el supuesto «día de la madre», recibí un what’s app de mi hijo que decía: «Por cierto, felicidades, madre. Que pases buen día». Así como quitándole importancia, sabiendo como sabe que a mí me la trae al fresco ese día señalado en el calendario como el día en que hay que pensar en ellas, en las madres, o en nosotras, en las madres.
Y el caso es que el mensaje me hizo pensar (además de emocionarme un poquito, he de reconocer) que esto tenía mucha más miga de lo que yo siempre había pensado: lo de ser madre, quiero decir, no lo del absurdo día.
Y esta es la sensación que me quedó: que no eres consciente de la dimensión, de lo que significa eso de ser madre hasta que tu hijo te envía un what’s en el que te desea que pases un buen día y, tras la coma, te dice: madre.
Ni falta que hace que sea el primer domingo de mayo.