Raquel lleva un buen rato con la mirada fija en el tablón de anuncios. Acaban de colgar los listados para elegir deporte durante ese curso.
—¿Qué miras? —pregunta María.
—Los deportes. Podríamos apuntarnos a alguno, ¿no?
—A mí me gusta el fútbol. ¿Hay fútbol?
—Sí, hay equipo de fútbol —contesta Raquel.
—Yo de pequeña jugaba en mi pueblo con los chicos. Metía muchos goles —se ríe María—. ¿A ti cuál te gusta?
—Todos, pero si tú vas, yo me apunto a fútbol contigo.
Raquel es tímida y retraída. María es su apoyo incondicional. Son inseparables.
En la lista del fútbol ya hay varios nombres, pero no está completo. Raquel y María añaden los suyos.
Dos días después el profesor de gimnasia las llama.
—He visto que os habéis apuntado a fútbol.
Asienten las dos con la cabeza.
—Os tenéis que cambiar. Hay plazas en baloncesto, gimnasia y tenis.
—Pero cuando nos apuntamos no estaba completo —protesta María.
—Pero ahora sí, además…—duda el profesor— las chicas no os podéis apuntar a fútbol.
—¿Y eso dónde lo pone? —replica airada María.
—Eso lo digo yo. En este colegio solo juegan al fútbol los chicos.
—Pero en el tablón ponía que podíamos elegir cualquier deporte —insiste María
—Y no decía: excepto fútbol —añade Raquel con un hilo de voz.
El profesor pierde la paciencia,
—Me da lo mismo. No podéis jugar al fútbol y punto. ¿Lo queréis cambiar por otro o no?
—No —responden las dos a la vez.
A partir de ese momento comienza su lucha. Hablaron con la tutora que no les hizo ningún caso. Presentaron una queja por escrito al director del colegio, que la metió en un cajón y se olvidó. Se lo contaron a sus padres, que trataron de convencerlas para que hicieran un deporte “de chicas”. Raquel, muy hábil para el dibujo, elaboró carteles con el lema: “LAS CHICAS QUEREMOS JUGAR AL FÚTBOL”. Los pegaron en las paredes del pabellón deportivo.
Pero solo encontraron apoyo en algunas de sus compañeras. En contra tenían a todos los demás: al profesorado, a la asociación de padres y madres (incluidos los suyos), a los compañeros y, por supuesto, al profesor de gimnasia, que se encargó de desactivarlas.
Decepcionadas, se dieron por vencidas, aunque, en señal de protesta, decidieron no apuntarse a ningún otro deporte.
Allá por el mes de mayo, Raquel se entera de que se va a formar un equipo de fútbol femenino en un club deportivo de su barrio. Están haciendo pruebas.
—María, preséntate a las pruebas, seguro que te fichan —la anima Raquel.
Consigue entrar en el equipo que, gracias a sus goles, gana el siguiente campeonato escolar de su ciudad. Y ella el trofeo de máxima goleadora.
Pocos días antes de la final, Raquel se encarga de empapelar de nuevo el colegio con el cartel anunciador. Y reparte invitaciones a diestro y siniestro. Algunos profesores, el equipo de fútbol al completo y bastantes padres y madres contemplan atónitos a María manejando el balón con los dos pies, regateando con habilidad, haciendo pases precisos y metiendo goles. Resultado de la final: 3-2 a favor del equipo de María, del barrio de Raquel: dos de los goles marcados por María. Raquel grita y aplaude a rabiar.
Han ganado su primera batalla. Solo tienen doce años.
@ElenaLaseca
Ilustración (acuarela): Mercedes de Echave
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