Inma odia el olor que desprenden las paredes de ese colegio triste y gris. Este es su tercer curso viviendo allí. Y no consigue desprenderse de la sensación de estar encerrada en una especie de cárcel para niñas. Acaba de cumplir catorce años. Es una más de las internas que — gracias a una beca— han de soportar la apestosa comida y la absurda disciplina de unas monjas que se les llena la boca hablando de “caridad cristiana” pero no tienen ni idea de lo que significa justicia social. El trato que ella recibe —por ser pobre, está convencida— nada tiene que ver con el de sus compañeras externas, cuyos padres pagan una buena cantidad cada mes por la educación de sus hijas. Ellas no tienen la culpa. Las monjas sí.
Solo falta una semana para las vacaciones de Navidad, pero Inma todavía no sabe si podrá ir a casa. Su pueblo está lejos. Su padre enfermo y su madre tiene el dinero justo para dar de comer a sus dos hermanas pequeñas y pagar las medicinas del padre. En la última carta, su madre, muy apesadumbrada, le anunciaba que, de no producirse un milagro, no podrá enviarle el dinero para comprar el billete de autobús. Por otra parte, asegura la madre, “tú estás mejor ahí con las monjitas que en esta casa en la que no huele sino a enfermedad y miseria”. Lo que su madre no sabe es el olor a rancio que impregna todo el colegio y que Inma aborrece con toda su alma.
Con rabia y lágrimas en los ojos, rompe la carta en pedacitos pequeños y, en el mismo momento que la tira a la basura, se le instala un nudo en el estómago que apenas le permite probar bocado. La comida también la tira, tras esconderla en el bolsillo de la bata —las monjas les tienen prohibido dejar nada en el plato— que lava cada noche para que no se noten las manchas de grasa.
Es sábado por la mañana. Las clases están vacías y silenciosas. En las habitaciones de las internas, por el contrario, reina la alegría y una suerte de algarabía por los preparativos de las vacaciones. Sus compañeras están ya haciendo las maletas para volver a casa a disfrutar de la Navidad, buenas comidas, regalos y muchos abrazos cariñosos. Inma añora los abrazos, lo demás no le importa.
Como no puede soportar la euforia de sus compañeras, ha salido a vagar por los pasillos desiertos, a llorar en silencio su negra suerte. Y entonces la ve. La nueva profesora de gimnasia —su profe favorita por ser distinta a todas las anteriores, por que se preocupa por ellas y por sus métodos innovadores— está hablando con la directora. Inma se esconde en un recodo del pasillo y escucha una sola frase: “si sus padres me dan permiso, la llevaré conmigo”.
El permiso llegó dos días después. La monja directora encogió la nariz pero no se negó. Inma pasó las navidades junto al mar, con su profe preferida y su madre, una señora de pelo blanco y sonrisa permanente.
De vez en cuando, la vida, como dice el poeta Serrat, toma contigo café y está tan bonita que da gusto verla.
Nieves cameo
Me ha gustado tu cuento de navidad,yo era una buena lectora, pero ahora no cojo un libro para nada,a ver si con estos cuentos cortos me entra otra vez la afición a la lectura .gracias
elenalaseca
Gracias Nieves, esta es una buena razón para seguir escribiéndolos.
Nieves cameo
Me ha gustado tu cuento de navidad,yo era una buena lectora, pero ahora no cojo un libro para nada,a ver si con estos cuentos cortos me entra otra vez la afición a la lectura .gracias
elenalaseca
Gracias Nieves, esta es una buena razón para seguir escribiéndolos.