Olivia se levanta cada día a las seis, a veces incluso antes. Con los ojos entreabiertos, tropezando con los muebles, golpeándose las rodillas con las puertas, llega al baño. La luz insoportablemente blanca del baño recién estrenado le hiere los ojos y tiene que volver a cerrarlos. Los vuelve a abrir con precaución, poco a poco, prometiéndose que algún día aprenderá a ducharse con los ojos cerrados.
A Olivia le cuesta volver a este mundo. Regresar desde una noche plagada de sueños y fantasías, le cuesta una enfermedad cada mañana. Se le antoja que habita en dos realidades distintas, la de la noche, luminosa y feliz, viviendo historias sin fin, y la terriblemente gris de su día a día. Por eso le resulta tan espantoso tomar conciencia de su solitaria, triste y rutinaria vida.
Tras cruzar dos puentes, transbordar del autobús al tranvía y caminar un buen trecho, consigue llegar al trabajo a tiempo. Durante el largo recorrido tiene tiempo de conformarse con su suerte.
Un día más.
“Tampoco está tan mal”, trata de convencerse. Al fin y al cabo, tiene un trabajo —rutinario y aburrido hasta doler, pero un trabajo—, que le permite mantenerse, sin lujos, pero sin carencias. No todo el mundo puede decir lo mismo. Y así comienza la jornada, resignada en su destino. Sabiendo que, al volver a casa, le morderá la soledad.
Un día más.
Pero hoy, ve algo en la calle principal de su ciudad que le llama la atención. Cada cincuenta metros han colocado unos paneles verdes. Hay algo escrito, trozos de poemas. Y van firmados.
Se acerca a uno por azar y lo lee: “HAS OLVIDADO QUE EL AMOR VA LENTO. TE VOLVISTE PIRÓMANA, QUEMANDO TODO AQUELLO QUE IBA DE TU CUERPO HACIA ADENTRO” . Lo firma: Mar Panzano.
Se acerca al siguiente: “PÓSTUMA. NOS FALTA UN PESPUNTE. LAS AGUJAS NOS LAS CLAVAMOS. EL HILO LO PERDIMOS”. Firmado: Vicósmica.
De pronto lo comprende. Es ella la que le habla, parapetada tras la poesía. ¡Cuántas veces le habló desde un poema! Y ella no lo entendió. Sin embargo, la ha visto llorar detrás de las poesías de la calle, dejadas a la intemperie, sin protección alguna, como ella la dejó.
Llorando, saca el móvil del bolsillo y marca su número.
“Soy yo”.