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El padre de Julia era «el sastre», y ella «la modista». El caso es que a Julia le hubiera gustado ser «la sastra», pero su madre opinaba que era mucho más bonito decir modista, que viene de moda. Sin embargo, a ella le atraía más sastre (o sastra) que viene de «sarcire», que significa coser, zurcir y reparar. Nunca le gustó seguir la moda. Lo que le interesaba era reparar. 

El sastre cosía para el ejército español en los años cincuenta del siglo veinte. Julia se sentaba en el suelo y observaba a su padre concentrado en cada una de las rayas que pintaba en la tela caqui con el clarión blanco; en cada una de las puntadas para hilvanar las piezas; en el sonido machacón de la máquina de coser. Dieciséis horas diarias, sin apenas descanso. Cada semana, un muchacho con el pelo cortado al uno y vestido de soldado (de color caqui) llegaba a la casa para recoger las piezas terminadas y traer nuevos encargos y más tela (de color caqui). 

Julia creció y continuó el oficio de su padre. A través del militar responsable de los uniformes, consiguió un bonito encargo: coser los trajes de los presos políticos de la cárcel de Carabanchel. Los cosía con tanta dedicación y entrega como si se tratara de los vestidos de invitados a una boda real. La tela, verde oscuro, más bonita que la caqui de los militares, en opinión de Julia, era de mala calidad, pero ella confeccionaba unos uniformes impecables. 

A los veinte años, en el más absoluto secreto, se echó un novio comunista. La alegría del primer amor le duró poco: lo llevaron preso en una redada. Julia lloraba desconsolada sobre las telas verdes, imaginando que uno de esos uniformes rozaría la piel de su amor Sebastián. 

De pronto, se le ocurrió una idea. En el interior del bolsillo izquierdo de cada pantalón, bordaría con hilo rojo las letras T Q. Lo haría de forma que no se vieran, a menos que le dieras la vuelta al bolsillo. Se puso a la faena. A partir de entonces, todos los pantalones de los presos llevaban bordado en el interior del bolsillo izquierdo un mensaje de amor, que solo entendería Sebastián. Se lo contó en cuanto lo visitó en la cárcel. 

A Julia no solo le encargaban trajes nuevos, también debía remendar algunos que se les rompían los bolsillos, los dobladillos, las costuras o las cremalleras. En una de esas remesas, justo en el interior del bolsillo izquierdo de un pantalón con el doble descosido, Julia vio, debajo de sus letras bordadas, dos palabras mal escritas a boli: «Y yo». 

Por eso le gustaba reparar. 

 

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