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Elena 1 copia

Me gustaría compartir la experiencia de escribir este libro. O, mejor, la de adentrarme en la escritura con ánimo de que lo que yo escribo lo lean más de dos.

El escritor italiano Alesandro Baricco, autor, entre otros, del maravilloso libro “Seda”, decía hace poco tiempo en una entrevista que la escritura es un oficio artesano en el que, de vez en cuando, surge el arte  y añadía  que hay que ser  muy “tozudo” para dedicarse a escribir. Las dos ideas iban a mi favor, así que supongo que por eso me quedé con ellas. La primera porque me quitaba de la espalda el peso de que no hace falta ser un genio, o sea, una artista, para atreverse a poner por escrito las historias que te rondan por la cabeza. Y la segunda, porque los aragoneses y, en concreto, las aragonesas, somos consideradas personas tozudas, así que  ambas razones me resultaron motivadoras.

Me gustaría compartir la esencia de este libro que lleva por título la inquietante frase “Mis cinco fuentes de tormento”. Tal y como dice el prólogo, la inspiración llegó a partir de unas palabras de la que durante cuatro años fue mi profesora de yoga, Neelam Olalla.  Nada más pronunciar ella “Las cinco fuentes de tormento” pensé que era una expresión de gran fuerza  literaria. Luego cambié el artículo “las” por el posesivo “mis”  con ánimo de personalizarlo. Este fue el arranque y cuando me enteré de cuáles eran estas fuentes: el ego, el rechazo, la ignorancia, el apego y el miedo a la muerte y por qué eran consideradas portadoras de sufrimiento, me convencí de que había mucha enjundia detrás. Y le di la vuelta.

Obvié prácticamente todo lo que Neelam Olalla pretendía transmitir y me dediqué durante un tiempo a poner cara a los cincos tormentos o dolores o klesas como dicen las personas como Teresa Coma que entienden  de esto y lo saben explicar bien. Así comencé este proceso.

Lo que hay  escrito en “Mis cinco fuentes de tormento” no es un tratado de  filosofía ni de psicología. Es, simplemente, una historia con cinco protagonistas, muy pegada a la realidad y a la vida cotidiana.  Al escribirlo he ido descubriendo cosas. Por ejemplo, que las cinco fuentes de tormento se ven reflejadas en casi todas las personas. Ninguna es sólo egocéntrica o ignorante o le tiene miedo a la muerte. Hay una buena dosis de cada una en todas las personas observadas (yo incluida). Y si me fijaba en los comportamientos me daba cuenta del tormento que nos proporciona apegarnos a las cosas o a las personas y que luego nos falten. El sufrimiento que nos produce nos puede generar incluso una grave enfermedad, lo cual nos llevaría directamente al miedo a la muerte.

Y así, observando, observando, di con cinco personajes. No necesitaba inventar fantasías ni fabular  ni relatar sucesos extraños: la vida misma es ya bastante novelera. La vida cotidiana se empeña en ser una novela, a veces de terror, otras de amor pero siempre, de un modo u otro, acaba atormentando. No he tenido más tarea que mirar hacia lo cotidiano, a lo que nos pasa a las personas. Y lo he hecho colocando cinco filtros: el del ego, el del rechazo, el de la ignorancia, el del apego y el del miedo a la muerte.

En esta historia hay cinco mujeres protagonistas que pertenecen al mismo entorno. Cuatro son de la misma familia y una es una amiga. El foco está fijo en cada una de ellas. Estas cinco mujeres no se saben observadas ni filtradas y, por eso, se comportan con naturalidad. Por eso dejan ver a las claras el tormento que las atrapa, la trampa en la que han caído. La narradora (el libro está escrito en primera persona) va observando lo que pasa sin darse cuenta de que ella misma también cae en un cepo. El foco está asimismo puesto sobre ella y tiene, a su vez, su propio filtro. La narradora acaba formando parte de las fuentes de tormento.

Durante el proceso me fue imposible avisar a las protagonistas de mi historia de la tela de araña  que las iba amarrando. Veía cómo se conducían y cómo se enredaban cada vez más y, sin embargo, no podía prevenirlas. Nadie puede (como decía el tango). Así que no me quedó otro remedio que contar la historia hasta el final. No fui capaz de pararla ni de desviar su curso. Era mucho más real que mi novela y la realidad es tozuda como las aragonesa y los escritores -en opinión de Baricco- y se ha empeña en continuar la marcha sin que yo pueda hacer nada por evitarlo ni por cambiar la historia.

Si  alguien tiene la amabilidad de leer este libro, no sé si Charito o Catalina o Margarita habrán decidido dar un giro el rumbo de sus vidas. Cuando yo las dejé  no había modo de hacerles cambiar de idea. Pero quizá como lectores y lectoras tengáis más suerte. Eso espero. A mí lo que de verdad me gustaría, robándole con su permiso la idea a un querido amigo, es que en el texto no se le vean las costuras a la literatura. No tengo ni idea de cómo se hace pero es lo que pretendo  conseguir.

Y, una de las razones por las que escribo es el compromiso conmigo misma con la causa de las mujeres y su visualización en el mundo. Ese potencial humano, inmenso, conocido por el nombre genérico de mujer, aunque se trate de individualidades tan distintas, hará posible que el mundo se salve. Valgan como ejemplo  las  dos mujeres que tuvieron la amabilidad de presentar este libro: Camino Ibarz y Teresa Coma. Y, por supuesto, que haya hombres detrás apoyando, tampoco viene mal.

Sólo me queda desear que “Mis cinco fuentes de tormento” os llegue al corazón.

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