«No busques que no hay dinero». Este mensaje lo tenía escrito Mary Carmen en un papel que aparecía en cuanto abrías su cartera. Cuando me lo contó me eché a reír. Ella tiene la habilidad de hacerme reír por cosas como esa, que maldita la gracia que le hacía andar poniendo mensajes para que su hijo pequeño no le dejara la cartera limpia de monedas. Pequeñas cantidades, nada importante, para fruslerías o algún paquete de tabaco cuando comenzó a fumar. Ella le daba la vuelta y lo convertía en una chanza.
Y se le ocurrió lo del mensaje.
Mientras me lo contaba, me imaginaba la sonrisa del chico ―muchacho de sonrisa fácil y franca― al ver el ingenio de su madre, gracia que, por otra parte, él había heredado precisamente de ella. Se le ocurrían las mismas cosas: hacer chistes del mal comportamiento, de las trastadas, de las escapadas del instituto ―tal como hubiera ideado su madre de haber vivido en la misma época―. Y no te quedaba otra que rendirte ante las salidas sin pizca de maldad y plagadas de chispa del simpático adolescente.
Pero había un contrapunto.
―Este chico es tan bueno y tan formal, que resulta hasta aburrido ―me había confesado ella unos años antes.
Y parecía como si Mary Carmen lamentara tener un hijo, el mayor, que no daba ningún mal, que se portaba bien en casa, en el colegio y hasta en las tediosas visitas. Callado y discreto, no reparabas en su presencia.
―Encima no te quejes ―le recriminaba yo.
Pocos años después llegó el otro dispuesto a que su madre no se aburriera ni un solo minuto. Para compensar. Y se cumplió aquello de «ojo con lo que deseas no sea que se cumpla». Pero ella fue feliz. Con los dos. Uno le volvía el mundo del revés, la espoleaba, no le daba un respiro. El otro suponía la alegría permanente de unos resultados brillantes, el sosiego y la tranquilidad de quien no te quita el sueño.
El mayor, observándolo por el retrovisor, requería del pequeño para ser como era. El pequeño se fijaba en la estela del mayor para afianzar su personalidad. Diferentes ambos. Ambos imprescindibles. Interpretando la misma música con distintos instrumentos.
Un error del universo quebró la armonía. Y la vida, tratando de rectificar, ha imitado el esquema en la siguiente generación. Un buen detalle.
Pero no es suficiente. No para ella.