—Si es que no puede ser, esto tenía que pasar tarde o temprano.
Ainhoa está en la cocina esperando a que hierva el agua para una tila. Habla sola. Son las cinco de la mañana, no ha dormido en toda la noche. Tampoco ha dormido su amiga Belén. Para ella es la tila que está preparando mientras reflexiona sobre lo que se veía venir y nadie pudo evitar. ¿O sí?
Todo empezó un año antes. Belén, Carlos y Merche asistieron a aquel curso del que regresaron hablando maravillas. Lo que ocurrió entre ellos —fuera de las aulas, en las tórridas noches de un mes de julio en Córdoba— juraron no contarlo, guardarían el secreto para siempre. Habían cambiado. De pronto su mundo se redujo a ellos tres, sin apenas espacio para nadie más. Un triángulo perfecto.
Belén, enamorada perdidamente de Carlos, abandona a su novio de siempre. Carlos se deja querer por Belén, aunque suspira por el amor de Merche, a la que quiere en secreto, pero sigue con su novia de siempre. Merche espera.
De nuevo Córdoba. Otro mes de julio tórrido. Segunda parte del curso un año después. Esta vez Belén y Merche deciden no ir. El trío se ha roto. Carlos no ha dejado a su novia, Belén continúa frenéticamente enamorada de Carlos. Merche espera.
Ainhoa, Carlos y tres compañeros más comparten un pequeño apartamento en el centro de Córdoba, en el mismo barrio judío. Los días transcurren dulcemente. Hay que moverse despacio, el calor sofocante no permite las prisas. Cuando terminan las sesiones de la tarde acuden a la plaza de La Corredera. Esperan a que caiga la noche, toman una cerveza tras otra. Retrasan la vuelta a casa. La noche ayuda a respirar. Ríen, charlan, comentan las anécdotas del día. Una suerte de armonía se ha instalado entre ellos. No hay conflicto, ni tensión sexual. Carlos está tranquilo, relajado. Ainhoa lo observa.
—He decidido casarme —le confiesa una noche—, con mi novia de siempre, la de toda la vida. No soy capaz de romper —añade sin que la otra le pregunte.
—¿Pero tú la quieres?
Carlos se la queda mirando, piensa la respuesta.
—Supongo que sí, no sé.
Ainhoa piensa en Belén. Es la única que sabe lo que su amiga siente por él. Una pasión descontrolada, intensa, arrebatada, que no la deja vivir, que la tiene al borde de la locura. Ainhoa también sabe que la rival de Belén no es la novia de Carlos de toda la vida, sino Merche, que sigue esperando.
Ainhoa lo sabe todo, por eso, mientras prepara la tila, lamenta no haber evitado la catástrofe. Belén se presentó en Córdoba la tarde anterior por sorpresa, para confesarle a Carlos que no puede vivir sin él y que, si sigue con su novia, la de siempre, la de toda la vida, se matará. Carlos se asusta cuando la ve, pero se deja querer. Se van a la cama juntos, abrazados. Ainhoa se teme lo peor. A eso de las tres de la mañana un grito rompe el silencio de la noche. Ainhoa da un salto, Carlos la llama. Belén está mal. Ha tenido un síncope, está desencajada, la mirada perdida, como loca. Al cabo de dos horas ha conseguido calmarla. Se va a por la tila. Carlos ha salido huyendo. Los demás continúan durmiendo.
Ainhoa vuelve a la habitación con la taza humeante. Del impacto la taza se le cae de las manos y le quema un pie. Grita, pero no de dolor. Belén se ha cortado las venas con una tijera.