Blog

Ropa tendida

Marina lleva todo el verano observando la ropa que tienden las vecinas. No ha visto todavía a ningún vecino salir al balcón a tender nada. Está «disfrutando» de unas vacaciones sin amigas en el pueblo de sus abuelos. Y en algo se tiene que entretener.

—El pueblo está en la costa, Marina, no te quejes tanto —le reprendía su madre ante las protestas de Marina.

Pero, aunque está en la costa, apenas pisan la playa: llueve casi todo el tiempo. Y, si no llueve, su abuela no tiene tiempo de acompañarla. Y sola —a pesar de que ya va a cumplir los catorce— la abuela no la deja ir porque tiene que coger un autobús y después caminar un buen trecho. Su mayor entretenimiento, cuando se cansa de leer el mismo libro una y otra vez, consiste en sentarse en la terraza cubierta, a salvo de la lluvia, a observar la ropa de las ventanas que tiene justo enfrente. Una vez tendida, las vecinas, que saben bien de esa lluvia recalcitrante, la cubren con un plástico transparente. Marina puede ver, con plástico y todo, lo que cuelga de las ventanas.

La del primero siempre tiende ropa negra. No hay ninguna prenda de otro color. Y lo más curioso es que ella vuelve del trabajo vestida de blanco. Marina no deja de preguntarse cuándo lava la ropa blanca o si es que no la lava nunca. ¿Y quién lleva la negra? Ella nunca ve entrar en esa casa a nadie vestido de negro. Un misterio.

La del segundo tiende mucha ropa de niño y niña: camisetas azules y vestiditos rosas. Tiene gemelos: niña y niño, pero no van vestidos iguales. A Marina le gustan más las camisetas del niño. También tiende muchas sábanas pequeñas, con dibujos infantiles y, cada día, hay una de esas sábanas blancas, con plástico por un lado, protectoras de colchones. Pero solo una, o sea que solo uno de los gemelos se hace pis. No sabe si el niño o la niña, porque es blanca. Cuelga muy poca ropa de tamaño grande, ni de hombre ni de mujer. Hay semanas que ninguna. Otro misterio.

Y, finalmente, la del tercero es la que más ropa tiene siempre tendida. Cada día cuelga ropa más de una vez. Es una mujer joven —como la del segundo—, pero no tiene niños. Por la ropa ha deducido que viven cuatro personas muy mayores a los que les debe de cambiar de ropa y de sábanas varias veces al día. Quizá ella esté trabajando en la casa y por eso lava tanto. También tiende sábanas protectoras como la del niño meón (ha decidido que es el niño el que se hace pis en la cama), pero más grandes. Es muy simpática, siempre la saluda con la mano cuando sale a tender y le sonríe. A Marina le da pena que trabaje tanto. Se lo ve en las ojeras.

Y, de repente, un día no hay ropa en los tendedores del tercero. Se sienta en la terraza a esperar que se abra la ventana. No se abre en toda la mañana. ¿Le habrá pasado algo a la lavandera? Ella la vio salir de casa como todas las tardes, a la hora del paseo. ¿Estarán los cuatro abuelos solos y sucios en la cama sin poder moverse? Al medio día escucha mucho jaleo en la calle y sonido de ambulancia. Sale corriendo y se queda paralizada. Dos ambulancias están paradas en la puerta. En cada una están metiendo dos camillas con los cuerpos tapados con papel de aluminio.

—Los cuatro muertos —oye a la del primero.

Al día siguiente, sale en las noticias que se busca a una asistenta a domicilio acusada de homicidio cuádruple: cuatro personas mayores envenenadas con matarratas. Y la foto.

Deja una respuesta