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Sin billete de vuelta (2)

Llegó, pero no avisó. Tampoco fue adonde había dicho. Alicia llevaba meses organizándolo, el corazón encogido y un temblor de piernas permanente. Ante cada simple pregunta, comenzaba a sudar, le daba un vuelco el corazón y se trastabillaba al contestar, como pillada en falta. «Qué rara estás, hija. ¿Se puede saber qué mosca te ha picado?». No le pasaba nada, decía. Meses disimulando, muerta de miedo. Nadie debía conocer sus planes. Solo Sandra sabía, lo justo para parar el golpe hasta que Alicia tomara distancia. Era la mejor y no hacía preguntas.

Alicia y el hombre más maravilloso de la Tierra compartían piso, cama, amigos, trabajo y vida desde hacía un año. El sol brillaba sonriente y feliz en el mundo de Alicia. Envidia de las amigas y orgullo de sus padres. «Tan lista, tan guapa, tan simpática, ¿cómo no iba a enamorarlo?». Todo, lo tenía todo. El mundo en sus manos. El novio a sus pies. Y también la sospecha, que luego se convirtió en miedo y después en terror. Le daba vergüenza explicarlo. «Pero, si te quiere tanto», le habrían dicho. 

Cuando se quiso dar cuenta, en su vida solo estaba él. «¿Con quién hablas?» «Te acompaño». «Mejor vemos una peli en casa». «Prefiero una cena romántica: tú y yo solos». Se acabaron las amigas, las comidas familiares, los vinos con los compañeros. Solo él. Y, lo peor, el control del móvil, del correo, de las redes. «Yo contesto». Tras su primera tímida protesta, lo vio. Ese mismo día comenzó a planear la fuga: un trabajo en el extranjero, sin dejar dirección. De todas sus virtudes —lista, guapa, simpática—, le sirvió la primera.

Un día cualquiera, en mitad de la jornada, salió a por un café y ya no volvió. Sandra la esperaba en el aeropuerto con el billete, una maleta de ropa nueva, el pasaporte, un móvil y una copia del contrato de trabajo.

© Elena Laseca

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