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relato_diciembre – copia

Las tazas se quedan a medias. La madre y la hija se levantan sin terminar el café con leche que hacía rato se había quedado frío. Se les han ido las ganas. El desayuno se les arruina en mitad de aquella conversación. De mal aire la hija, la mirada emborronada por una tristeza infinita la madre, echan las sillas hacia atrás y se van.

Preciosa mañana de mayo. Aquella terraza a la orilla del río me llama a gritos. Miro el reloj, tengo tiempo de sobra. Me siento en la mesa de al lado. Dos mujeres: una relativamente joven, la otra relativamente mayor hablan en voz baja. Abro el libro que llevo siempre encima por si acaso, pero acaba por interesarme más su conversación. Al poco deduzco que son madre e hija.

—Toda esa ropa que tienes en el armario del pueblo hay que tirarla —dice la hija.

—¿Cómo? ¿Tirarla? —se espanta la madre.

—Pues sí, no te sirve para nada. Y no tendrás dónde meterla —responde la hija.

—¿Es que ya no vamos a ir más al pueblo?

—Bueno, si vendemos la casa habrá que vaciarla —la hija baja la voz.

—Me va a dar mucha pena —se lamenta la madre—. Y, volviendo a la ropa, ¿cómo quieres que tire el vestido de madrina de la boda de tu hermano?

—Ese ya no te vale. ¿A dónde vas a estas alturas con ese vestido? —la hija tajante.

—No sé —duda la madre—, pero es un recuerdo.

—Tonterías, mamá, tienes que aprender a desprenderte de las cosas —levanta la voz la hija.

En ese momento, la madre separa la vista de la taza, deja de dar vueltas al café con la cucharilla, mira a la hija y de reojo detecto unas lágrimas que pugnan por salir de unos ojos grises y profundamente tristes. Se sobrepone y continúa hablando. El tono cada vez más bajo.

—Y el abrigo, hija, ¿cómo voy a tirar el abrigo? —se resiste.

—Pero, si no lo llevas.

—No lo llevo porque está en el pueblo —responde con algo de enfado.

—Pues ya lo traeremos para que lo lleves este invierno —afloja el tono la hija.

La madre vuelve a mirarla, fijamente, durante unos minutos, en absoluto silencio las dos. Por fin suelta la frase que ha estado masticando durante toda la conversación. Se le ha quedado atascada y no ha conseguido tragarla.

—Ya has visto el armario de la residencia: ahí no caben ni un par de faldas —le espeta a la hija.

La noto enfadada, triste, decepcionada, incapaz ya de retener las lágrimas. Y un tono de odio al pronunciar la palabra residencia. La hija lo detecta, pero no tiene intención de ceder.

—Mamá —respira hondo y continúa— sabes que yo no puedo ocuparme y que mi hermano siempre está de viaje y en sus cosas.  Es la única solución. Ya lo hemos hablado.

Entonces es cuando se levantan para marcharse.

Cuando comienzan a alejarse, todavía puedo escuchar la última frase de la madre.

—Vosotros lo habéis hablado.

La hija no contesta.

@ElenaLaseca

Ilustración (acuarela):  Mercedes de Echave

(Relato escrito a partir de la ilustración).

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