Apenas hay visitantes. El museo está tranquilo a esa hora. La sala donde se encuentra el cuadro que Marian contempla con atención está vacía. Solo ella, de pie, la mirada fija en la mujer del cuadro, la que luce una media sonrisa. A Marian le recuerda a alguien. En la cartela lee que se trata de Matilda de Magdeburgo y entre paréntesis aparece esta información: «perteneció al movimiento de las beguinas». Pero Marian no sabe quiénes son las beguinas, tampoco la mujer llamada Matilda de Magdeburgo.
Vuelve al día siguiente. Se ha informado de las famosas beguinas. Ha leído que era una asociación de mujeres contemplativas y activas —ambos conceptos le parecen contradictorios—, que dedicaban su vida a ayudar a los desamparados, enfermos, mujeres, niños y ancianos. También a labores intelectuales (continúa la contradicción). Pero la mujer del cuadro le recuerda a alguien. No a una beguina de las que ella no tenía noticia. Es una mujer cercana, conocida, de la que no consigue dar con el nombre.
Marian está convencida de que esa mujer tiene relación con ella y no parará hasta averiguarlo. Regresa una y otra vez al museo. Solo se detiene en ese cuadro. El resto se le han borrado. Lo contempla en silencio, sin moverse. Se fija en los detalles: las cejas, los ojos, la nariz, la media sonrisa, la mano derecha moviendo el lápiz que escribe en un papel que sujeta con la izquierda, la ropa, esa especie de toca como de monja…
—Señorita, ¿quiere usted saber algo de ese cuadro? —al vigilante del museo le pica la curiosidad tanto viaje.
Marian da un respingo. No se había percatado de la presencia del guarda.
—No, gracias. Es que me gusta mucho —acierta a contestar.
Se da media vuelta y sale de la sala. Bajando la escalera decide no volver. Está llamando la atención. Pero esa noche tiene un sueño. Un sueño revelador. «Tengo que volver».
A la mañana siguiente es una mujer la que vigila la sala. Respira aliviada. Se acerca al cuadro. Ya sabe quién es. Su tía Paulina la mira, sonríe y le muestra lo que está escribiendo: «Querida Marian: no te fíes de las apariencias». Aguantando la respiración, vuelve la cabeza. La vigilante está mirando hacia otro lado. Marian se gira de nuevo hacia el cuadro. Su tía Paulina, la que murió en extrañas circunstancias, está inmóvil de nuevo, el lápiz en la mano y la media sonrisa. Un segundo antes de que Marian de media vuelta, la Paulina del cuadro levanta la vista y le guiña un ojo.
Baja las escaleras riendo. Sabe que no se lo ha imaginado.
@ElenaLaseca
Ilustración (acuarela): Mercedes de Echave
(Relato escrito a partir de la ilustración).