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La segunda

Juana María vino al mundo siendo la segunda hija de un total de tres. El mayor, Luis Antonio, tenía dos años cuando Juana María llegó tras un parto difícil, «me puse de parto un domingo y naciste un martes», no dejaba de repetir su madre a la menor ocasión. El tono de reproche le hacía sentir culpable. Culpable por haberle ocasionado a su madre dos días y medio de dolores de parto. El nombre, que odió toda su vida, lo debía a haber nacido el día de San Juan. «Un veinticuatro de junio de un calor insoportable», volvía a reprocharle. 

La madre de Juana María —hubo un intento de acortarle el nombre llamándola Juani, al que se negó en rotundo— jamás se quejó de los partos de Luis Antonio y de la hermana que nació cinco años después, Alba. Luis Antonio era un niño guapo, cariñoso, sonriente y bueno. Alba era pequeña, enfermiza, frágil, a la que había que tratar con mimo para evitar que se rompiera. Lloraba cada noche, no comía y solo estaba contenta cuando la contemplaba su madre y le compraba chuches. Se afanaba en ser el centro de atención. Y lo conseguía. Juana María no necesitaba nada especial: comía bien, no lloraba nunca y pasaba desapercibida. Siempre estaba seria y se escondía debajo de la mesa del comedor si había visitas. «Qué antipática es esta niña, ¿a quién habrá salido?», oía una y otra vez a la abuela.

Luis Antonio conquistaba al mundo con una sonrisa. Alba con un lloro. Juana María carecía de herramientas de conquista. Nadie reparaba en ella. 

—Eres la segunda —le descubrió una compañera de colegio cuando tenía quince años—, por eso no te hacen caso. A mí me pasa lo mismo.

—¿Y qué tiene de malo ser la segunda? —preguntó sorprendida.

—Nada. Solo que no hay ninguna ventaja. Al primero, si además es chico, lo esperan con ilusión y alborozo. La pequeña se lleva toda la atención y mimos del mundo porque no hay que guardar para nadie más. La segunda, como tú y yo, se queda sin la alegría del primero y sin la ternura que se lleva la pequeña. Es así, no le des más vueltas. 

A pesar de no estar muy convencida, esta teoría de su amiga le dio mucho que pensar. A partir de entonces, se dedicó a observar. Anotó en un cuaderno lo que ocurría estando en segundo lugar, fuera lo que fuera. La segunda en una competición de natación; la segunda de la clase; la segunda en un concurso de cuentos. Y ya de mayor: la segunda en casarse; la segunda en tener hijos —incluso Alba los tuvo primero—; la segunda en comprarse una casa…En todo lo que su familia consideró que era importante fue la segunda. Nunca tuvo el más mínimo reconocimiento, porque Luis Antonio o Alba lo habían hecho primero. 

Solo una vez fue la primera: se divorció. Era la primera de la familia —incluidos tíos y primos— que se divorciaba. Cuando lo contó en su familia la miraron con pena, «vaya, para una vez que te adelantas…». 

Pero Juana María se sintió satisfecha por primera vez. Había conseguido ganarlos a todos. Los miró desafiante y sacando el cuaderno del bolso, lo tiró sobre la mesa y pronunció las palabras que se había ido guardando durante toda su vida: «A mi hijo segundo le daré todo el cariño que me arrebatasteis a mí». 

Nadie entendió nada.

@ElenaLaseca

Ilustración de Mercedes de Echave

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